La pista sin asfaltar en sus primeros compases
tiene un suave desnivel, pero va ganando altura poco a poco mientras se adentra
en la umbría y ascendiendo en paralelo a un antiguo muro que antaño delimitaba
las fincas particulares. Este, en ocasiones desaparece entre pinos, bojes,
aliagas y algún erizón, hasta llegar al Quejigar que da nombre a este «paco»,
ascendiendo por una «trocha» mejor marcada para llegar a la Pista de las
Blancas. No es difícil continuar el sendero marcado si estamos pendientes de
las marcas de sendero local que podemos encontrar en rocas y árboles.
El siguiente tramo del recorrido se hace por
pista asfaltada mayormente, a nuestra izquierda podemos ir observando el camino
realizado, y el pequeño barranco de Fuendelabé que antiguamente fue mucho más
utilizado para las labores ganaderas. Hoy en día nos puede costar encontrar
hasta algunos de los abrevaderos que los locales hicieron para sus reses.
Más adelante, y disfrutando de las preciosas
panorámicas que tenemos a nuestro alrededor, llegamos a la Caseta Piquero (de color blanco),
pequeño refugio donde podemos hacer un descanso antes de bordearlo por su
derecha y comenzar la bajada por el conocido Zerro Cruceta.
Continuamos por una pista bien marcada con
balizas de pintura en sus laterales, árboles o incluso en el suelo, hasta
llegar a una señalización que nos va a llevar por antiguos campos donde
podremos ver un par de cabañas de falsa cúpula, a punto de terminar por ser
derruidas por completo….
Así, y mayormente por una pista sin asfaltar que
a tramos iremos perdiendo por el paso de los años y el desuso, llegaremos al
espolón del cerro en dirección a la Villa de Borau, siempre visible al final de
nuestro recorrido.
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